sábado, 24 de septiembre de 2016

Kamshout y el Otoño. El origen de los loros ( Leyenda Ona )


En la Isla Grande de Tierra de Fuego, vivió antes de su extinción, un pueblo indígena americano llamado los Sélknam, más conocidos como Ona.
Hubo un tiempo en el que las hojas de los árboles siempre eran verdes, y en ese tiempo vivió Kamshout, un muchacho alegre perteneciente a esta tribu, al que le gustaba hablar sin parar. No importaba que no hubiera mucho que decir en un momento determinado, él siempre encontraba las palabras necesarias para hacerse oír. A veces tanta cháchara resultaba una molestia, y por ello a nadie pasó desapercibida su ausencia cuando Kamshout tuvo que marcharse para cumplir sus ritos de iniciación. En la tribu al fin había momentos en los que se podía disfrutar del silencio.

El muchacho tardó mucho tiempo en regresar, tanto que el resto de la tribu comenzó a creer que había fallecido. Sin embargo un día regreso, tan parlanchín como siempre, hablando y hablando sin parar sobre su aventura. Repetía una y otra vez que había estado en un fantástico país allá por el Norte en el que los árboles cambiaban de color. Sus hojas se volvían amarillas y caían hasta que parecían estar completamente muertos, pero después llegaba un tiempo al que llamaban Primavera en el que las hojas volvían a renacer en los árboles y todo se teñía de verde de nuevo.

Hablaba de aquellos maravillosos matices y colores, de hojas secándose en el suelo tiñendo el paisaje de ocre, de árboles que volvían a vestirse de luz y verdor después de haber perdido todas sus hojas… Nadie le creyó. Nadie conocía aquellas extrañas palabras que Kamshout repetía sin parar, Otoño… Primavera… Todo debía ser una mentira del imaginativo muchacho, las hojas de los árboles eran eternas. Toda la tribu se rió de él y esto lo puso muy furioso. Se puso rojo de la rabia y no paró de repetir su historia una y otra vez hasta que las palabras se le apelotonaban en los labios.

Cansado de las burlas de sus vecinos, el muchacho, furioso, decidió volver a marcharse. Al cabo de un tiempo Kamshout regresó a su tribu; pero lo hizo de una forma totalmente sorprendente, el muchacho era ahora un gran pájaro de plumas verdes y rojas. El pájaro emitía un ruido cansino con el que parecía reírse de todos. Debido a este sonido todos comenzaron a llamarlo Kerrhprrh.

El pajarraco se fue posando en todas las ramas de los árboles verdes y las fue tiñendo una a una de un color rojizo. Las hojas en ellas comenzaron a adquirir una tonalidad dorada tal y como el muchacho había descrito y poco a poco comenzaron a caerse y a vestir el suelo. Todos en la tribu estaban aterrados, lamentando la muerte de todos sus benditos árboles, y Kerrhprrh se reía ahora de ellos, como ellos lo habían hecho de Kamshout antes.

En primavera la tribu contempló maravillada cómo todos los árboles volvían a brotar y a vestir sus ramas de hojas verdes y frescas, tal como el muchacho había dicho en su día.
Desde ese entonces, se reúnen unos pájaros de vivos colores en las ramas de los bosques, son los loros, que se ríen constantemente de los humanos con sus picos curvos para recordar a su antepasado Kamshout, al que nadie tomaba en serio.

Esa fue la venganza que planeó Kamshout para toda la eternidad.



sábado, 17 de septiembre de 2016

La Tejedora de Sueños.


Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, había una pequeña villa en el valle que se formaba entre dos altas montañas. Era éste un lugar recóndito, apartado del mundo, donde parecía que incluso el mismísimo Padre Tiempo jamás hubiera puesto un pie en él. De hierba verde y arroyos cantarines que descendían de los montes colindantes, olor a azucena y madreselva, la aldea vivía una perpetua primavera.

Así como el lugar era confortable, los habitantes también eran generosos y amables los unos con los otros. No había trifulcas, todo era concordia y paz... conformaban una gran familia en la que cada miembro destacaba en una función: estaba Gerand, el leñador y su esposa Joanne, la curandera; Barbarás el panadero, Tobías el agricultor... y, sí, en éste sitio también había una hilandera y tejedora, llamada Dalia.

Dalia era una anciana amable que se entretenía en tejer todo tipo de cosas para sus convecinos, las cuales cambiaba por comida y demás utensilios para ella. Desde una simple bufanda para cuando la temperatura era algo más fresca, hasta una alfombra, no había objeto que sus hábiles dedos no pudieran confeccionar. Un buen día, mientras Dalia permanecía despierta dándole los últimos retoques a un gorro para Gerand, se quedó dormida junto al fuego en su cómoda mecedora.

En sueños, se le apareció lo que no pudo catalogar más que como un hada. - No temas, sabia tejedora, no he venido a hacerte ningún mal- le dijo- Es más, he visitado tu sueño para encargarte un trabajo digno de una reina. Nuestra soberana, el hada Carmín, desea que seas la creadora de un tapiz para decorar el salón del trono. - Más, yo soy una anciana de aldea y no he visto mundo en toda mi vida. Nací aquí y moriré aquí, no sé el que podría ser del agrado de tan nobles gentes- replicó ella, opinando que los paisajes que bordaba comúnmente podían no ser del agrado de la reina de las hadas. - No te preocupes, pues es deseo de mi señora el dotarte de un extraño don para que puedas representar algo digno de nuestro mundo.

Durante un año soñarás todas las noches con nuestro mundo. Volarás junto a nosotras, visitarás cuevas llenas de riquezas, bosques exuberantes y lagos donde jamás deja de manar un agua tan pura como el cristal. Así conseguirás los motivos para tejer tu tapiz de día. Tras estas palabras, la tejedora despertó y supo al instante que no había sido un sueño, pues junto al gorro a medio acabar había unas huellas tan diminutas sobre el mantel que sólo podían corresponder a un hada. Así pues, durante todo un año la anciana se puso manos a la obra.

Por las noches soñaba estar volando junto a majestuosos dragones, mientras recorría un mundo de ensueño bajo su vista. Soñaba bucear por las profundidades marinas convertida en una sirena, entre enormes castillos de coral y perlas, y adentrarse bajo la tierra descubriendo vetas de piedras preciosas del tamaño de castillos. Durante todos sus oníricos viajes, unas hadas la acompañaban e instruían en qué aspectos debería destacar de cada lugar, enseñándole las más preciosas puestas de sol y amaneceres de su mundo.

Mientras que por el día, Dalia se limitaba a reflejar todo aquello en un enorme tapiz lleno de color y tan realista que los vecinos, al contemplar como iba quedando su obra, se maravillaban por el simple hecho de que todas aquellas figuras fantásticas no saltaran de la tela y se pusieran a corretear por la aldea. Así pues, al cabo de un año exactamente, Dalia podía examinar su obra completa rematando las almenas del lugar que había visitado en su último sueño: un castillo hecho de tal forma que parecía fundirse con el bosque que lo rodeaba, desbordando un aura de magia y misticismo en él.

Finalizada su obra, aguardó el sueño en el cual el hada que le encargó aquello volvió a aparecer  mirando todo lo que los dedos de la anciana habían tejido. - En verdad éste es un regalo digno de reyes, sabia tejedora. Mi reina en persona, Carmín, desea felicitarte por tu excelente obra.

Y Dalia acompañó al hada hasta el castillo que había visto la noche anterior, con el que había finalizado el tapiz. Pues éste no era otro que el hogar de la reina de todas las hadas, la cual recibió a la anciana con toda suerte de honores y festejos. - Has hecho un excelente trabajo- comentó Carmín mientras contemplaba su tapiz, situado tras el trono- Y por ello, en pago a tan diligente esfuerzo, mis hermanas y yo hemos decidido condecorarte con el mayor honor que podemos darle a un ser humano. A partir de hoy, tejedora Dalia, abandonarás tu cuerpo mortal y serás una de nosotras.

Y fue así como Dalia rejuveneció y empequeñeció, brotándole dos alas translúcidas de la espalda mientras reía y bailaba feliz junto a sus hermanas, las hadas.

En la aldea encontraron que la anciana tejedora había fallecido durante la noche, metida en su cama con una sonrisa de paz, como si se hubiera quedado dormida para no despertar. Tras el funeral, los vecinos de la aldea buscaron el maravilloso tapiz por todas partes pero no lo encontraron, puesto que la obra había pasado al mundo de la magia, donde colgaría por siempre tras el trono de Carmín, la reina de las hadas. ¿Y qué decir de Dalia? Pues que fue la encargada de uno de los trabajos más importantes del mundo mágico: las hadas la nombraron tejedora de los sueños.

Y desde entonces, ella es la encargada de visitar las mentes de todos los humanos mientras duermen y, con sus hábiles manos e hilos de oro y nácar, tejer nuestras fantasías para provocarnos los más placenteros descansos y poder soñar, así, con ése mundo mágico que siempre nos espera al otro lado.


Autor: Desconocido.



sábado, 10 de septiembre de 2016

El lobo protector de peregrinos. ( Leyenda del Camino de Santiago )


Imagen Karras
Mejores épocas ha vivido la población de lobos en la Península Ibérica que la actual, pero sin duda también peores, pues recordemos que hasta 1970 la caza de estos animales (considerados plaga en España) era incentivada por las autoridades. Hoy son una especie protegida, pero sin embargo su número (basado en estimaciones, no en censos reales) está muy lejos de la población que habitaba nuestra geografía hace unos siglos, con el Camino de Santiago en pleno apogeo medieval. El Camino debió estar sin duda lleno de lobos, lo que da bastante sentido a la leyenda que hoy os contamos, protagonizada precisamente por un lobo muy especial y por un desafortunado peregrino.

Cuenta la leyenda que un peregrino procedente de Lapurdi, en el denominado País Vasco francés, recorría las peligrosas tierras del norte de la península en los Pirineos, muy cerca de Roncesvalles. Si peligrosas eran estas tierras era por la gran cantidad de bandidos y asaltantes que rondaban por estos caminos, atacando a peregrinos camino de Santiago de Compostela. Precisamente uno de estos peregrinos decidió hacer noche en una posada de esta zona montañosa para guarecerse de la oscuridad, cuando ya en su alcoba, se vio sorprendido por otro peregrino, aparentemente buscando también cobijo.

Haciendo honor a la camaradería que se respira en el Camino de Santiago, los dos peregrinos entablaron amistad rápidamente, hasta el punto de que nuestro protagonista le ofreció al nuevo huésped de su alcoba recorrer la ruta juntos hasta Santiago de Compostela para poder defenderse mejor de las calamidades que pudieran encontrarse. El nuevo huésped aceptó de buen grado acompañarle, y ambos continuaron su camino a la mañana siguiente, pero poco duró la idílica alianza, pues cuando ambos peregrinos se adentraron en una zona boscosa alejada de toda mirada indiscreta, nuestro querido peregrino se encontró con su espalda apuñalada a traición. Su nuevo compañero no era otra cosa que un maleante que había escogido vilmente la estrategia de engañar a los peregrinos ganándose su confianza.

Imagen Karras
Las miserias de nuestro peregrino se multiplicaron al comprobar el maleante que no llevaba nada de cierto valor, por lo que lo castigó despojándole de todas sus pertenencias y arrojándole por una ladera como dios lo trajo al mundo, desangrándose poco a poco. Sin poder evitar que la noche lo envolviera, el peregrino, incapaz de moverse comprobaba como el destino todavía tenía guardada una nueva carta para él cuando vio a lo lejos acercarse una manada de lobos directos hacia él. Pese a su lamentable estado el peregrino pudo observar un brillo especial que salía de los ojos de uno de los lobos, lo que confirmó cuando lo tenía apenas a unos palmos de distancia.

Imagen Karras
Creyendo ver al mismísimo Santiago reencarnado frente a él, el peregrino pidió ayuda al apóstol para al menos no ser engullido por la jauría de lobos que le rodeaban, pero que nunca llegaron a atacarle. Y así fue; nuestro peregrino pudo morir en paz y enfrentarse al descanso eterno, no sin antes rogarle a Santiago por la salvación de su alma, sabedor de que su triste final estaba cerca. Cuenta la leyenda que el lobo de ojos luminosos ahuyentó a la manada para que dejaran al peregrino descansar por fin de su lamento y se dispusieran a encarar una importante encomienda: vengar al desgraciado peregrino.

Imagen Karras
Su verdugo, el retorcido maleante seguía su caminar por la ruta jacobea hasta que decidió hacer parada en un refugio de montaña, creyéndose seguro, pero en mitad de la noche, cuando sus ronquidos eran más profundos, se vio sorprendido por la jauría de lobos, comandada por el lobo de ojos luminosos, detrás de quien cuenta la leyenda, estaba el mismo apóstol Santiago. Pese a sus torpes cuchilladas al aire con su todavía manchado cuchillo, el maleante fue degollado por los lobos, vigilados en todo momento por la misteriosa figura protectora, que en ningún momento habría tomado partido el ajuste de cuentas.

A la leyenda del alma de Santiago en el cuerpo del lobo se une la tradición que cuenta que cada cien años los lobos recuerdan el día de la muerte del peregrino y aúllan durante toda la noche, lo que obliga a los maleantes del Camino a dejar de lado su oficio por un día si no quieren vérselas con el lobo de ojos luminosos. Siglos después aquel lobo se ha convertido en una figura legendaria que se cuenta protege a los peregrinos una vez cada cien años cuando cruzan los Pirineos.





sábado, 3 de septiembre de 2016

La Mariposa Blanca ( Leyenda Japonesa)


Un anciano llamado Takahama vivía en una casita detrás del cementerio del templo de Sozanji, él era extremadamente amable y querido por sus vecinos, aunque la mayoría de ellos lo consideraban un poco loco, ya que su locura al parecer se basaba en el hecho de que nunca se había casado o tenido contacto íntimo con una mujer.

Un día de verano se puso muy enfermo, tan enfermo que envió en busca de su hermana y su hijo, ambos llegaron e hicieron todo lo posible para brindarle comodidad durante sus últimas horas, pero mientras observaban a Takahama que se quedaba dormido, una gran mariposa blanca voló en la habitación y se apoyó en la almohada del anciano.

El hijo trató de alejarla con un ventilador, pero regresó tres veces, como resistiéndose a dejar al enfermo, luego la mariposa perseguida por el niño se alejo al jardín y de allí al cementerio, para posarse sobre la tumba de una mujer y luego desaparecer misteriosamente.

Al examinar la tumba el joven leyó el nombre de "Akiko" escrito en ella, junto con una descripción que narraba cómo había muerto cuando tenía dieciocho años y a pesar de que la tumba estaba cubierta de musgo ya que tenía cincuenta años, el muchacho observó que estaba rodeada de flores.

Cuando el joven regresó a la casa se encontró con que Takahama había fallecido, se dirigió a su madre y le contó lo que había visto en el cementerio, "Akiko?" murmuró su madre y le dijo; "cuando su tío era joven se iba a desposar con ella, pero Akiko murió de tuberculosis poco antes de su boda, por ello tu tío nunca quiso casarse y decidió vivir siempre cerca de su tumba”.

Durante todos estos años se había mantenido fiel a su voto, manteniendo en su corazón todos los dulces recuerdos de su único amor, por ello cada día Takahama fue al cementerio y oraba por su felicidad, dejando flores en su tumba, pero cuando Takahama enfermó y ya no podía realizar su tarea amorosa, Akiko en forma de una mariposa blanca se hacia presente para acompañarlo y ahora han vuelto a reunirse, para estar juntos por toda la eternidad.


Autor: Desconocido.